¿Por qué nos cuesta tanto poner límites sin sentir que estamos fallando?
Decir que no, sin decir no. Y no, no es manipular. Es aprender a cuidar tu tiempo, tu energía y tus vínculos.
Hace unas semanas, una líder de proyecto me dijo algo que me quedó resonando:
“Sé que no debería decir que sí a todo, pero me sale automático. No quiero quedar mal.”
Y ahí pensé en todas las veces que yo también lo hice.
Cuando respondés “dale, lo vemos” aunque sabés que no tenés ni tiempo ni equipo.
Cuando asumís tareas que no eran tuyas.
Cuando reorganizás todo para meter algo que “es para ya”.
Nos pasa. Porque estamos entrenadas para resolver, para contener, para sostener.
Pero hay algo que necesitamos aprender (y que no se enseña en ningún manual):
Decir que no no es rechazar. Es sostener lo que sí importa.
La mayoría de las veces, ni siquiera hace falta usar la palabra “no”.
Lo que hace falta es gestionar esa conversación desde la claridad. Con presencia. Con foco. Con respeto.
➡️ “Hoy se me complica tomar esto, pero lo dejamos agendado para el lunes..”
➡️ “Este punto queda fuera del alcance inicial, ¿querés que lo coticemos como adicional?”
➡️ “Hoy justo estoy con una entrega importante que no puedo demorar, ¿qué flexibilidad hay para verlo mañana o la semana próxima?”
No estás siendo inflexible. Estás cuidando tu tiempo, el de tu equipo… y el de tu cliente también. Porque cuando decís que sí por impulso, terminás desgastando la relación en vez de fortalecerla.
Poner límites no es un gesto de dureza.
Es un acto de liderazgo.
Y cuando lo hacés bien, el respeto crece. No solo el de los demás. El tuyo también.
Nos seguimos leyendo,
Mavi